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jueves, 15 de septiembre de 2016

La perilla escarabajo

Es triste que las personas se olviden de aquellos que los han amado y no los recuerden sino hasta que ya es demasiado tarde.

La semana pasada fue el funeral de mi abuelo, al enterarse de la noticia mi papá lloró, mi mamá lo consoló y mi hermana y yo nos quedamos viendo la una a la otra sin saber muy bien que hacer.
Algunas horas más tarde la familia se encontraba en un camión camino a casa de mis abuelos. Era extraño, pues ocasionalmente ellos nos habían visitado, pero nosotros nunca habíamos ido a la casa de aquella amable y sabia pareja.

La casa era pequeña pero pintoresca. Esa casa era el orgullo de los abuelos y la cuidaban con un gran cariño, y con gran seguridad podría afirmar que era la casa más bella de la cuadra entera, desde la entrada principal se podía distinguir un estilo exquisito y extrañamente cálido.

La puerta principal era de una madera obscura conocida como ébano. Era preciosa, y había grabadas en ella una especie de ramas de enredadera, en la cual, si se observaba con cuidado, podrían notarse toda clase de insectos. Mariposas, polillas, mántidas, abejas, luciérnagas, grillos, e incluso algunas arañas, aunque no fuesen insectos, cada uno de ellos sumamente detallado. Era una artesanía de extremo a extremo. Pero lo que más llamó mi atención fue definitivamente una especie de escarabajo negro que fungía como perilla y se encontraba justo en el centro posado, y era tan realista que sentí por un momento que, si intentaba poner mi mano sobre él, este saldría volando. Pero eso no ocurrió.
Mi abuela nos vio llegar a través de la ventana y salió a recibirnos antes de que cualquiera de nosotros pudiese poner un solo dedo sobre la puerta. La mujer que yo siempre había visto con una impecable sonrisa tenía ahora lágrimas cayendo de sus ojos y necesitaba más que nunca el apoyo del único hijo que había tenido, por lo que apenas lo vio se lanzó a sus brazos y lloró de una forma que sólo podría definir por medio de la expresión “a moco tendido”.

En medio de la sala se encontraba una caja, rodeada por personas que yo no conocía. Algunas lloraban, otras observaban la caja sin expresión en el rostro y otros simplemente se mostraban desinteresados, pero guardaban silencio por respeto. Aquella noche la sala no se vació, y mi madre, mi padre, mi hermana y yo ayudamos a repartir pan, té y café a los que se encontraban velando el cuerpo.

Al llegar la mañana todos nos dispusimos a salir para llevar el cuerpo al jardín del recuerdo, realmente, así que entre algunas personas levantaron la caja y caminaron lenta y cuidadosamente hacia la puerta, una mujer se dispuso a abrir la puerta de la entrada, pero parecía que estaba atorada, la perilla ni siquiera giraba. En ese momento mi abuela que había ido a su habitación por su suéter llegó hasta donde la mujer intentaba abrir la puerta.

―Tía, su puerta está atascada, tal vez si tiene algo de aceite podamos abrir la puerta.
Aunque intentó disimularlo, la preocupación que mi abuela comenzó a sentir se vio reflejado en su rostro y ligeramente en su voz.

―No, cariño, sería gastar mucho tiempo. Salgamos por la puerta de la cocina.
Todos parecieron estar de acuerdo con la idea de la abuela así que comenzaron a caminar cargando el pesado cuerpo hasta la cocina. Tal vez la abuela creyó que ya todos estábamos fuera de la sala,
porque de un segundo a otro dejó de disimular para dejar al descubierto lo mucho que el comentario le había afectado, pues se acercó al escarabajo negro de la puerta y con la voz quebrándose dijo.

―Yo sé lo mucho que lo quieres, y que esto es también muy difícil para ti―. Se detuvo un momento para intentar controlar su voz, y al serenarse continuó. ―Pero por favor, es momento de dejarlo ir, yo también estoy pasándolo muy mal, necesito tu apoyo más que nunca. Te lo suplico.

Cuando terminó de hablar, tomó la perilla y la giró, de inmediato la puerta se encontraba abierta. No vi mi cara en ese momento, pero pude imaginarme la sorpresa que denotaba, y estaba tan sorprendida que no noté cuando mi madre llegó a mi lado para avisarle a mi abuela que ya habían sacado el cuerpo y para llevarnos con ella. Tampoco noté cuándo la puerta se cerró nuevamente y estoy segura de que la abuela tampoco me notó a mí ahí.

Lo que ocurrió después del funeral fue que papá decidió que nos quedaríamos con la abuela por el resto de las vacaciones. Él quería asegurarse de que su madre estaría bien, y todos lo apoyamos. Por lo que mi mamá y mi hermana volvieron a casa al día siguiente para asegurarse de que todo estuviese en orden y que tendríamos mudas de ropa suficientes para el resto del verano.

Mi padre, mi abuela y yo nos quedamos solos en la pequeña casa, y como mi abuela estaba bastante distraída por su tristeza, mi padre le pidió que no saliera y le dijo que él se encargaría de realizar las compras. De manera que la primera mañana mi padre salió con una lista en la mano y yo me quedé en la casa para cuidar a la que ahora se había convertido en la única dueña, y como estaba exhausta se encerró en su habitación para dormir y mientras tanto, yo decidí explorar la casa.

Realmente no había mucho que me llamara la atención, más allá de un cuarto de muñecas y juguetes muy bellos, pero posiblemente también muy delicados, pues se encontraban guardados en vitrinas de vidrio. Y otro detalle que logró captar mi atención fue algo que todas las puertas tenían en común, todas, sin falta tenían una especie de escarabajo tallado delicadamente, pero cada uno de ellos era diferente, como sea el detalle no cobró verdadera importancia sino hasta el anochecer.

Todos nos encontrábamos durmiendo en nuestras respectivas habitaciones, o al menos intentando dormir, yo simplemente no podía, así que decidí bajar por un vaso con agua y después pasar al baño, caminé de la forma más silenciosa que pude considerando que el suelo estaba hecho de madera, y creo que logré llegar a la cocina sin que nadie despertara. A pesar de que yo me encontraba terriblemente adormilada noté algo que me extrañó mucho.

No había escarabajo tallado, ni marca de uno en la puerta frente a la que me encontraba, de manera que encendí la luz para estar segura de que no estaba viendo mal, y para mi sorpresa no, no había visto mal. Ahí no había nada, revisé un par de puertas más que se encontraban en el piso de abajo, no había ningún tallado en ninguna de las puertas.

Pero lo que casi me hizo gritar fue otro pequeño detalle, al bajar mi mirada al suelo, me vi rodeada por diez escarabajos tallados en madera, y se hizo aún más raro cuando la impresión me hizo dar un pequeño salto mientras me cubría la boca, pues estos salieron corriendo por el piso de madera, y se podía ver cómo la madera tallada se iba recorriendo hasta ocultarse bajo mesas, sillas y demás muebles.

Simplemente me quedé congelada por al menos un minuto, cuando logré recuperarme de la sorpresa, noté como uno de los insectos salía corriendo desde debajo de un mueble y desaparecía en la puerta. Estaba asustada, pero lo que estaba viendo era simplemente demasiado para creer que realmente estaba ocurriendo, de manera que me acerqué a la puerta.

Mariposas, polillas, mántidas, abejas, luciérnagas, grillos, e incluso algunas arañas, aunque no fuesen insectos, cada uno de ellos se movía entre las ramas de enredaderas florecientes. Las mariposas revoloteaban al igual que las abejas buscando algo de néctar en los botones de las flores talladas, las luciérnagas flotaban emitiendo destellos, los grillos cantaban sin emitir sonido, las arañas tejían hermosas redes para atrapar alguna polilla. No sé cuánto tiempo estuve ahí, sólo sé que cuando el reloj estaba a punto de marcar las siete de la mañana en punto Los escarabajos se precipitaron a ocupar sus respectivos puestos en las puertas de la casa y como una cereza en un pastel muy extraño llegó caminando triunfal un objeto cuya ausencia no había notado. Un escarabajo de ébano que me miró por un segundo antes de trepar por la puerta de la entrada principal y colocarse en el lugar que le correspondía.

Todo en la casa volvió a su estado normal, yo volví a mi habitación asignada, e intenté procesar lo que había ocurrido, no pude. Las noches siguientes intenté mantenerme despierta de nuevo, pero no lo pude lograr de nuevo. El día de volver a casa llegó y yo no pude evitar sentirme derrotada. Aun así, algo que puedo decir con seguridad es que no he vuelto a ver nada tan extraordinariamente bello y peculiar como lo ocurrido aquella noche y que sé que no podré olvidar jamás.



Escrito por: Daemona Spindelev.

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