La semana pasada fue el funeral de mi abuelo, al enterarse
de la noticia mi papá lloró, mi mamá lo consoló y mi hermana y yo nos quedamos
viendo la una a la otra sin saber muy bien que hacer.
Algunas horas más tarde la familia se encontraba en un
camión camino a casa de mis abuelos. Era extraño, pues ocasionalmente ellos nos
habían visitado, pero nosotros nunca habíamos ido a la casa de aquella amable y
sabia pareja.
La casa era pequeña pero pintoresca. Esa casa era el orgullo
de los abuelos y la cuidaban con un gran cariño, y con gran seguridad podría
afirmar que era la casa más bella de la cuadra entera, desde la entrada
principal se podía distinguir un estilo exquisito y extrañamente cálido.
La puerta principal era de una madera obscura conocida como
ébano. Era preciosa, y había grabadas en ella una especie de ramas de
enredadera, en la cual, si se observaba con cuidado, podrían notarse toda clase
de insectos. Mariposas, polillas, mántidas, abejas, luciérnagas, grillos, e
incluso algunas arañas, aunque no fuesen insectos, cada uno de ellos sumamente
detallado. Era una artesanía de extremo a extremo. Pero lo que más llamó mi
atención fue definitivamente una especie de escarabajo negro que fungía como
perilla y se encontraba justo en el centro posado, y era tan realista que sentí
por un momento que, si intentaba poner mi mano sobre él, este saldría volando.
Pero eso no ocurrió.
Mi abuela nos vio llegar a través de la ventana y salió a
recibirnos antes de que cualquiera de nosotros pudiese poner un solo dedo sobre
la puerta. La mujer que yo siempre había visto con una impecable sonrisa tenía
ahora lágrimas cayendo de sus ojos y necesitaba más que nunca el apoyo del único
hijo que había tenido, por lo que apenas lo vio se lanzó a sus brazos y lloró
de una forma que sólo podría definir por medio de la expresión “a moco
tendido”.
En medio de la sala se encontraba una caja, rodeada por
personas que yo no conocía. Algunas lloraban, otras observaban la caja sin
expresión en el rostro y otros simplemente se mostraban desinteresados, pero guardaban
silencio por respeto. Aquella noche la sala no se vació, y mi madre, mi padre,
mi hermana y yo ayudamos a repartir pan, té y café a los que se encontraban
velando el cuerpo.
Al llegar la mañana todos nos dispusimos a salir para llevar
el cuerpo al jardín del recuerdo, realmente, así que entre algunas personas
levantaron la caja y caminaron lenta y cuidadosamente hacia la puerta, una
mujer se dispuso a abrir la puerta de la entrada, pero parecía que estaba
atorada, la perilla ni siquiera giraba. En ese momento mi abuela que había ido
a su habitación por su suéter llegó hasta donde la mujer intentaba abrir la
puerta.
―Tía, su puerta está atascada, tal vez si tiene algo de aceite
podamos abrir la puerta.
Aunque intentó disimularlo, la preocupación que mi abuela
comenzó a sentir se vio reflejado en su rostro y ligeramente en su voz.
―No, cariño, sería gastar mucho tiempo. Salgamos por la
puerta de la cocina.
Todos parecieron estar de acuerdo con la idea de la abuela
así que comenzaron a caminar cargando el pesado cuerpo hasta la cocina. Tal vez
la abuela creyó que ya todos estábamos fuera de la sala,
porque de un segundo a otro dejó de disimular para dejar al descubierto lo mucho que el comentario le había afectado, pues se acercó al escarabajo negro de la puerta y con la voz quebrándose dijo.
porque de un segundo a otro dejó de disimular para dejar al descubierto lo mucho que el comentario le había afectado, pues se acercó al escarabajo negro de la puerta y con la voz quebrándose dijo.
―Yo sé lo mucho que lo quieres, y que esto es también muy
difícil para ti―. Se detuvo un momento para intentar controlar su voz, y al
serenarse continuó. ―Pero por favor, es momento de dejarlo ir, yo también estoy
pasándolo muy mal, necesito tu apoyo más que nunca. Te lo suplico.
Cuando terminó de hablar, tomó la perilla y la giró, de
inmediato la puerta se encontraba abierta. No vi mi cara en ese momento, pero
pude imaginarme la sorpresa que denotaba, y estaba tan sorprendida que no noté
cuando mi madre llegó a mi lado para avisarle a mi abuela que ya habían sacado
el cuerpo y para llevarnos con ella. Tampoco noté cuándo la puerta se cerró
nuevamente y estoy segura de que la abuela tampoco me notó a mí ahí.
Lo que ocurrió después del funeral fue que papá decidió que
nos quedaríamos con la abuela por el resto de las vacaciones. Él quería
asegurarse de que su madre estaría bien, y todos lo apoyamos. Por lo que mi
mamá y mi hermana volvieron a casa al día siguiente para asegurarse de que todo
estuviese en orden y que tendríamos mudas de ropa suficientes para el resto del
verano.
Mi padre, mi abuela y yo nos quedamos solos en la pequeña
casa, y como mi abuela estaba bastante distraída por su tristeza, mi padre le
pidió que no saliera y le dijo que él se encargaría de realizar las compras. De
manera que la primera mañana mi padre salió con una lista en la mano y yo me
quedé en la casa para cuidar a la que ahora se había convertido en la única
dueña, y como estaba exhausta se encerró en su habitación para dormir y
mientras tanto, yo decidí explorar la casa.
Realmente no había mucho que me llamara la atención, más
allá de un cuarto de muñecas y juguetes muy bellos, pero posiblemente también
muy delicados, pues se encontraban guardados en vitrinas de vidrio. Y otro
detalle que logró captar mi atención fue algo que todas las puertas tenían en
común, todas, sin falta tenían una especie de escarabajo tallado delicadamente,
pero cada uno de ellos era diferente, como sea el detalle no cobró verdadera
importancia sino hasta el anochecer.
Todos nos encontrábamos durmiendo en nuestras respectivas
habitaciones, o al menos intentando dormir, yo simplemente no podía, así que
decidí bajar por un vaso con agua y después pasar al baño, caminé de la forma
más silenciosa que pude considerando que el suelo estaba hecho de madera, y
creo que logré llegar a la cocina sin que nadie despertara. A pesar de que yo
me encontraba terriblemente adormilada noté algo que me extrañó mucho.
Pero lo que casi me hizo gritar fue otro pequeño detalle, al
bajar mi mirada al suelo, me vi rodeada por diez escarabajos tallados en
madera, y se hizo aún más raro cuando la impresión me hizo dar un pequeño salto
mientras me cubría la boca, pues estos salieron corriendo por el piso de
madera, y se podía ver cómo la madera tallada se iba recorriendo hasta
ocultarse bajo mesas, sillas y demás muebles.
Simplemente me quedé congelada por al menos un minuto,
cuando logré recuperarme de la sorpresa, noté como uno de los insectos salía
corriendo desde debajo de un mueble y desaparecía en la puerta. Estaba
asustada, pero lo que estaba viendo era simplemente demasiado para creer que
realmente estaba ocurriendo, de manera que me acerqué a la puerta.
Mariposas, polillas, mántidas, abejas, luciérnagas, grillos,
e incluso algunas arañas, aunque no fuesen insectos, cada uno de ellos se movía
entre las ramas de enredaderas florecientes. Las mariposas revoloteaban al
igual que las abejas buscando algo de néctar en los botones de las flores
talladas, las luciérnagas flotaban emitiendo destellos, los grillos cantaban
sin emitir sonido, las arañas tejían hermosas redes para atrapar alguna
polilla. No sé cuánto tiempo estuve ahí, sólo sé que cuando el reloj estaba a
punto de marcar las siete de la mañana en punto Los escarabajos se precipitaron
a ocupar sus respectivos puestos en las puertas de la casa y como una cereza en
un pastel muy extraño llegó caminando triunfal un objeto cuya ausencia no había
notado. Un escarabajo de ébano que me miró por un segundo antes de trepar por
la puerta de la entrada principal y colocarse en el lugar que le correspondía.
Todo en la casa volvió a su estado normal, yo
volví a mi habitación asignada, e intenté procesar lo que había ocurrido, no pude.
Las noches siguientes intenté mantenerme despierta de nuevo, pero no lo pude
lograr de nuevo. El día de volver a casa llegó y yo no pude evitar sentirme
derrotada. Aun así, algo que puedo decir con seguridad es que no he vuelto a
ver nada tan extraordinariamente bello y peculiar como lo ocurrido aquella
noche y que sé que no podré olvidar jamás.
Escrito por: Daemona Spindelev.
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